Vivimos en una sociedad en donde la comunicación es esencial, pero se valora más la inmediatez, que los compromisos duraderos, en un mundo centrado en el consumo de "bienes perecederos" que satisfacen un deseo momentáneo que pronto será reemplazado por otro, más que en una sociedad donde se premia el ahorro y la postergación de las gratificaciones. Estas características se pueden trasladar fácilmente a las relaciones interhumanas y a los vínculos con los modelos que establecen los marcos de referencia de la acción.

En las relaciones personales -como afirma Bauman- prevalecen los "contactos" que posibilitan la desconexión y liberan de grandes obligaciones. Estos mismos lazos débiles están presentes en relación a los ídolos y modelos sociales.

Superpoblación

Podemos afirmar, entonces, que no son modelos los que faltan en la sociedad; por el contrario, hay una superpoblación de pequeños ídolos que transmiten estilos de vida o estándares de acción deseables. Sin embargo, estos modelos son efímeros, cambiantes, incluso descartables y por cierto, contradictorios entre sí.

Pero, además, algunos se mundializan escapando a los límites de lo local: la rapidez de sustitución se ve compensada, en la época del Twitter, Facebook, los juegos de rol y YouTube, por la globalización del mensaje. Así, un deportista o cantante aficionado puede ser reconocido y objeto de todos los comentarios, o el personaje de una serie de TV o incluso un candidato político, por el jingle que lo identifica.

¿Estos modelos son positivos o negativos? En realidad son ambas cosas, de allí la contradicción señalada. Es indiscutible que las instituciones tradicionales (familia, sistema educativo, trabajo, política), encargadas de transmitir el estilo de vida y los modelos hegemónicos en una sociedad, hace tiempo que están en crisis, y fracasan en lograr esa hegemonía. Por cierto, no hay un discurso único y eso llena de incertidumbre el proceso de construcción de la identidad en los jóvenes.

La pandilla

La inexistencia de modelos únicos es una característica de buena parte de la modernidad: en forma temprana al modelo de familia o de escuela se opuso el modelo de la pandilla o el grupo de pares, en donde los valores eran otros opuestos al establishment, incluso, cercanos al delito o la violencia. Culturalmente, la modernidad fue contestataria.

Podríamos mencionar un sinnúmero de ídolos y modelos que se oponían al status quo vigente: el movimiento, conductas rechazadas por el arquetipo de sociedad dominante: el consumo de drogas, la violencia contra el Estado o el poder económico, la libertad sexual, etcétera.

Por cierto, no debemos creer que los jóvenes sean pasivos o víctimas en este proceso. En realidad, frente a una sociedad fragmentada, centrada en el consumo incluso de modelos efímeros de comportamiento o de ídolos que a la semana son olvidados, todos generamos estrategias que incluyen mecanismos de filtrado para determinar qué aceptamos y que no, en qué creemos y en qué no lo hacemos. En ese sentido, fomentar la capacidad crítica, la posibilidad de argumentar y debatir, la militancia más que la pasividad, la celebración de la diversidad y la rebelión contra las desigualdades, pueden ser las tareas que, por ejemplo, las instituciones educativas debieran emprender.